Transcripción de una conferencia introductoria y taller ofrecidos por David Hudson los días 10 y 11 de febrero de 1995 en Dallas. Las cintas de vídeo se pueden adquirir enviando una carta a: The Eclectic Viewpoint, P.O. Box 802735, Dallas, Texas 75380. Teléfono de contacto (desde Estados Unidos): (214) 601-7687.
En estas cintas aparecen imágenes legibles de todos los documentos mencionados por Hudson. Para los estudiantes serios de este tema, resultarán de gran utilidad. El precio del paquete de tres cintas es de 69.95 dólares más 5.00 dólares para gastos de envío.
Las palabras [entre corchetes] han sido añadidas por el autor de la transcripción.
En primer lugar, quiero darle las gracias a Cheyenne por la introducción. He descubierto que no debes contárselo todo porque después lo repite palabra por palabra. En su boletín informativo bromeo con ella porque relata la historia completa y es más agradable escucharla tal y como yo la viví, pero en fin…
A continuación, voy a contaros la historia de mi descubrimiento de esta sustancia para que podáis comprender lo que es. Mi motivación al comenzar este trabajo en 1975/76 no era precisamente la correcta. No entendía lo que estaba haciendo ni lo que era esta sustancia, solo en los últimos cuatro o cinco años lo he podido comprender.
Soy de Phoenix, Arizona. Mi padre es ex comisionado de agricultura del estado de Arizona. Mi madre ha sido presidenta del Partido Republicano en este estado. Somos personas conservadoras de ultra derecha. Siempre contrataba a los empleados para la granja con un acuerdo verbal. Incluso cultivé 2.500 acres con un acuerdo verbal con el Bureau of Indian Affairs, que forma parte del gobierno federal, y aunque nadie puede cultivar con el gobierno federal en estas condiciones, yo lo hice.
Mi familia es muy conservadora y tiene buena reputación en la comunidad. En este momento, todos mis automóviles tienen las llaves puestas. Vivimos en una pequeña comunidad en las afueras de Phoenix, donde todos nos conocemos y nos saludamos por la calle. No hay robos porque en el caso de que se produjera alguno, averiguaríamos quién es el ladrón, lo perseguiríamos y recuperaríamos el botín.
Al principio, mi objetivo era acumular oro y plata para crear moneda real. No estaba contento con la política monetaria del gobierno federal. Estaban devaluando el dólar, emitiendo dinero ficticio que ellos llaman billetes de la Reserva Federal, que estoy seguro que todos conocéis. Este dinero no está respaldado por reservas reales de oro y plata, y al fabricarlo, el dólar se devalúa, y aunque piensas que estás ganando más dinero, en realidad, lo único que haces es pagar más impuestos. Por lo tanto, cada vez tienes menos aunque ganes más. Entonces, cuando llegas a casa le dices a tu mujer: «He ganado un 10% o un 20% más», y ella dice: «Yo he ganado un 5% más», pero en realidad estás ganando menos dinero y viviendo peor que tus padres. Las autoridades pueden decir que vivimos mejor y que estamos alcanzando cifras magníficas, pero los números mienten. En realidad, no vivimos mejor. Todos vivimos peor que nuestros padres. Aunque existen algunas excepciones en Dallas, en el resto del país es así.
Por lo tanto, empecé a comprar oro y plata en el área de Phoenix para refinar y fundir en lingotes. La plata la obtenía de la chatarra o de desperdicios electrónicos, y el oro lo compraba a mineros que lo extraían con un método llamado lixiviación en pila por cianuración. Lixiviaban las escorias que quedaban en las minas. Esto me resultó familiar, puesto que los agricultores tratamos nuestras tierras con sales metálicas. No estoy seguro, pero creo que en Dallas ocurre lo mismo que en Arizona. Tenemos un problema con el sodio en nuestras tierras. Se denomina álcali negro, y cuando aparece en tus tierras, tienes que añadir ácido sulfúrico, y el sodio, que forma el álcali negro, se convierte en sulfato de sodio, que forma un álcali blanco. Este último es soluble en agua y lo puedes extraer de la tierra por lixiviación. Si no lo haces, tus tierras son demasiado aceitosas y el agua no penetra en ella, se estanca y no es bueno para las cosechas.
Puesto que había hecho análisis de tierras, podía comprender este método. En primer lugar, se amontona el mineral encima de un plástico extendido y se rocía con una solución de cianuro, que disuelve el oro del mineral. Entonces, la solución gotea a través del mineral y resbala por el plástico hasta llegar a un contenedor. Finalmente, la solución se bombea a través de carbón activado, el oro se adhiere al carbón y la solución vuelve al montón original. El concepto parecía sencillo, y al igual que algunos granjeros tienen avionetas, caballos y coches de carreras, decidí que yo iba a comprar una mina de oro. Además, disponía de excavadoras, camiones cisterna, tractores, orugas, etc., y empleados para manejar la maquinaria, así que decidí que iba a construir uno de estos sistemas de lixiviación en pila por cianuración.
Viajé por todo el estado de Arizona, y después de año y medio encontré una propiedad. Hice algunos análisis para comprobar si contenía oro y la compré. Construí un sistema de lixiviación en pila por cianuración, comencé a rociar el mineral y, como estaba previsto, al cabo de dos o tres días teníamos oro adherido al carbón activado. Hasta ese momento todo era de color de rosa. Estábamos satisfechos. Entonces, calculé que aunque perdiera el 50% del oro extraído de la mina, obtendría tantos beneficios como si comprara la misma cantidad de oro y pagara de impuestos el 50% de los beneficios. Por lo tanto, si otras personas podían vivir extrayendo oro, yo también podía hacerlo, perder el 50% y aún así obtener tanto oro como si comprara esa misma cantidad con mi propio dinero y pagara impuestos. Así pues, seguí adelante con el proyecto.
A continuación, trasladamos el carbón a mi granja para extraer el oro y la plata. Allí lo tratamos con cianuro caliente e hidróxido de sodio, y lo sometimos a una extracción electrolítica. Después, realizamos lo que se llama un aquilatamiento a fuego en el que haces una reducción del oro al crisol, lo copelas y obtienes el oro y la plata en perlas doradas. No voy a dar más detalles sobre el aquilatamiento a fuego porque mi propósito no es enseñar cómo realizarlo. Este es un proceso stándar para extraer oro y plata aceptado por la industria, y se está utilizando desde hace 250 o 300 años.
[11:24] Después de extraer oro y plata durante un par de semanas, comenzó a aparecer otra sustancia. La extraíamos como si fuera oro y plata, pero no lo era. Podías golpear con un martillo nuestras perlas de oro y hacerlas añicos. No existe ninguna aleación de oro y plata tan frágil. Ambos son metales nobles que no pueden mezclarse en ninguna proporción que pueda ser dura y quebradiza. Cuando mandamos esta aleación al laboratorio para analizarla, todo lo que pudieron detectar fue oro y plata con residuos, solo residuos, de cobre. Estábamos extrayendo otra sustancia que no era oro ni plata. No podíamos entenderlo. Finalmente, esta sustancia aparecía tanto en nuestro sistema, que perdíamos oro y plata. Por lo tanto, dejó de ser rentable y acabó convirtiéndose solo en algo interesante.
Entonces, dije: «Cierra el sistema. Vamos a averiguar qué es esta sustancia que nos causa problemas». Separamos químicamente la sustancia del oro y la plata, y obtuvimos una muestra. Debéis comprender que hasta ese momento solo me había dedicado a cultivar algodón. Aunque estudié el bachillerato, después me dediqué a la agricultura, y odiaba la física y química como la mayoría de vosotros. Entonces, pensé que si contrataba suficientes doctores en física, podría solucionar el problema. Por lo tanto, fui a la Universidad de Cornell, donde un científico había escrito algunos ensayos sobre cómo hacer análisis con rayos X, y le llevé una muestra de esta sustancia, que no se disolvía en ningún ácido ni en ninguna base después de haberla separado. Era de color azul cobalto. Entonces, el científico hizo un análisis y me dijo que era sílice, hierro y aluminio. Yo le dije que estaba equivocado, pero él me contestó: «Lo siento mucho, pero estos son los resultados del análisis». Entonces, lo contraté para que eliminara todo el sílice, el hierro y el aluminio de la muestra, pero todavía quedaba el 98% del material. Lo analizó de nuevo y dijo: «David, ¡el análisis dice que no es nada!» (risas del público).
Y luego añadió: «Sr. Hudson, si me concede una beca de 350.000 dólares, pondremos a los estudiantes graduados a trabajar en ello». Hasta entonces le había pagado 12.000 dólares, y aunque al principio me había asegurado que podía analizar cualquier elemento en partes por billón, ahora decía que mi muestra era pura nada. Puesto que no me había ofrecido devolverme el dinero, le contesté: «No, gracias. Creo que con 350.000 dólares puedo conseguir más información que usted». Esto ocurrió en 1981, y de este modo comencé mi propia investigación. Al principio, la mayoría de la información que pude recoger eran solo rumores. Algunos mineros de Arizona, cuyos padres y abuelos lo habían sido también, me dijeron: «David, has encontrado los elementos del grupo del platino». Hay cientos de mineros que creen que pueden extraer estos elementos, y muchos de ellos han acabado en la cárcel. Buscan inversores para realizar las extracciones y, al cabo de un par de años, al no conseguir ningún producto que se pueda comercializar, los inversores retiran su dinero y los denuncian. Finalmente, tanto si son declarados culpables como inocentes, los pleitos siempre terminan con resentimiento.
[15:30] Entonces, me dije a mi mismo: «No voy a permitir que esto me ocurra a mi. Voy a averiguar qué es esta sustancia y a encontrar las respuestas». Esto sucedía en 1981/82. Disponíamos de instrumentos que podían analizar en partes por billón. Tenía que haber alguna explicación. El científico de Cornell pudo mostrarme los átomos y la separación que había entre ellos, pero dijo que los espectros de emisión y absorción no coincidían con ninguno de los que estaban programados en la máquina. No podía identificar las líneas de emisión ni de absorción. Esta máquina tenía ocho cabezales de rayos X y su panel de control parecía el de un Jumbo 747. Era enorme, podías sentarte en una silla giratoria y apretar multitud de botones, y aunque resultaba bastante impresionante, no me dio ninguna respuesta.
En aquel momento, alguien me prestó un libro titulado La química analítica de los elementos del grupo del platino, escrito por Ginzburg en 1975. Había sido traducido al inglés por el Programa Israelí de Traducciones Científicas. Este libro tiene dos pulgadas y media de espesor, es muy técnico y fue publicado por la Academia Soviética de las Ciencias. Johnson Matthey y Englehard son las dos industrias de minería y refinería que trabajan en Sudáfrica con los elementos del grupo del platino. La única industria similar que existe en todo el mundo es la del gobierno ruso, que entró en este negocio en 1918, cuando expulsaron a Johnson Matthey del país porque pagaba comisiones a la familia real británica. Entonces, el gobierno ruso desarrolló la química necesaria para la separación de estos elementos.
En realidad, estos elementos no eran muy conocidos hasta que estalló la segunda guerra mundial, cuando adquirieron importancia en el terreno militar. Ahora, en cualquier contrato gubernamental están clasificados como elementos estratégicos. Así pues, no se utilizan a menos que sea absolutamente necesario por su gran valor y escasez. Por ejemplo, el iridio tiene aplicaciones muy específicas. Se utiliza en la fabricación de la proa de las lanzaderas espaciales para que puedan realizar el reingreso en la atmósfera; en el blindaje de los cohetes de hidrógeno, puesto que es un material cerámico que soporta altas temperaturas; y en los cortacircuitos de las centrales nucleares, donde se conecta y desconecta la electricidad, porque no se deteriora aunque sea sometido a grandes arcos voltaicos. Es decir, se utiliza siempre que no se pueda sustituir por ningún otro elemento.
Por lo tanto, según la Academia Soviética de las Ciencias, para analizar estos elementos por espectro de emisión es necesario utilizar un método llamado evaporación fraccionada, en el que colocas la muestra entre dos electrodos de carbono y la haces arder durante trescientos segundos. Para ello, es necesario encerrar los electrodos de carbono en atmósfera de gas inerte para que no tengan contacto con el aire. De lo contrario, se oxidarían en quince o veinte segundos. Así pues, colocan los electrodos en una cámara con gas inerte y realizan combustiones durante largos períodos de tiempo. Según la Academia Soviética de las Ciencias, el departamento científico de la Unión Soviética, durante los primeros quince o veinte segundos aparecen todas las impurezas, como el hierro, el sílice y el aluminio, pero el paladio no lo hace hasta que han transcurrido setenta segundos. Al cabo de otros quince o veinte segundos, dependiendo de la cantidad de paladio que haya en la muestra, aparecen el platino, el rutenio, el rodio, el iridio y el osmio. No estoy seguro de que este sea el orden correcto, pero lo cierto es que aparecen a medida que se alcanzan sus respectivos puntos de ebullición.
Esto lo podemos entender con facilidad, puesto que si queremos hervir agua con alcohol, debemos alcanzar el punto de ebullición de este último, y el agua permanecerá en estado líquido hasta que el alcohol se haya evaporado por completo. Hasta entonces, la temperatura del agua no seguirá aumentando. Por lo tanto, podemos decir que la diferencia entre el punto de ebullición del agua y el del hierro es similar a la que hay entre el punto de ebullición del hierro y el de estos elementos.
Estos elementos se evaporan a unos 5.200 o 5.300 grados centígrados. El hierro se evapora a unos 3.700 grados centígrados, y el agua, por supuesto, a 100 grados centígrados. Así pues, si hay agua en una muestra, la temperatura de esta última no superará el punto de ebullición del agua hasta que esta se haya evaporado por completo. Entonces, la temperatura aumentará hasta llegar al siguiente punto de ebullición, que en este caso sería el del hierro, y hasta que el hierro no se haya evaporado por completo, la temperatura de la muestra no seguirá aumentando. La temperatura máxima que puede producir un arco voltaico es de 5.400 o 5.500 grados centígrados, y son necesarios unos 5.300 grados para evaporar estos elementos. Por lo tanto, hasta que no hayamos eliminado todas las impurezas y el arco siga ardiendo y ardiendo, y aumentando la temperatura de la muestra, no alcanzaremos el punto de ebullición de estos elementos.
Cuando hicimos el análisis de la muestra, estos elementos aparecieron en el orden previsto, tal y como aseguraba la Academia Soviética de las Ciencias. Aparecieron el paladio, el platino, el rutenio, el rodio, el iridio y el osmio. En aquel momento, yo no sabía lo que era el iridio ni el rodio. En realidad, no soy más que un sucio granjero. Sin embargo, descubrí que el rodio es un elemento muy valioso, que costaba hace dos años unos 13.000 dólares por onza. Es el elemento que se coloca en el catalizador de los coches y sin el cual no puede funcionar. Nos dicen que el catalizador debe contener platino, pero también hay que añadir, al menos, un 13% de rodio o, de lo contrario, no puede funcionar. Esto se debe a que el platino se empobrece al contacto con el monóxido de carbono, y el rodio impide que esto suceda. Por lo tanto, cuando los sudafricanos tuvieron problemas en sus minas, el precio del rodio aumentó hasta 13.000 dólares por onza porque los fabricantes de automóviles no puede venderlos sin catalizador. Entonces, ordenaron comprar rodio a cualquier precio, puesto que no podían sacar los coches de la cadena de producción.
[22:39] ¿De acuerdo? Se trata de un elemento que no puede ser sustituido por ningún otro. Después de realizar análisis durante dos años y medio, las cantidades que aparecían en nuestras muestras eran: de 4 a 6 onzas por tonelada de paladio, de 12 a 13 onzas de platino, 150 onzas de osmio, 250 onzas de rutenio, 800 onzas de iridio y 1.200 onzas de rodio. En Sudáfrica, el mejor yacimiento que se conoce en el mundo produce un tercio de onza por tonelada. Para ello, es necesario excavar media milla bajo tierra para encontrar un filón de treinta pulgadas de espesor que contiene un tercio de onza de todos los elementos del grupo del platino. ¡Y nosotros teníamos 2.400 onzas por tonelada de elementos del grupo del platino! Si solo hubieran sido cinco o seis onzas por tonelada, probablemente habría abandonado la investigación. No obstante, puesto que las cifras eran tan increíbles y disparatadas, dije: «Vamos a continuar. Vamos a averiguar lo que realmente está ocurriendo».
Estamos hablando de que del 12 al 14% del mineral estaba compuesto por estos elementos. Entonces, pensé: «Esto debe tener una explicación. Tiene que haber algún motivo para que nadie haya encontrado estos elementos hasta ahora».
Así pues, fui a visitar a un doctor en física y analista químico en Phoenix que tenía la reputación de ser el mejor de Arizona. Estaba graduado en la Universidad de Iowa, con una especialidad en sistemas de separación de metales. Había trabajado para Sperry, Motorola y otras compañías de electrónica haciendo tratamiento de aguas residuales. Después de mostrarle los análisis espectroscópicos que habíamos realizado durante tres años, dijo: «Sr. Hudson, he escuchado la historia de los elementos del grupo del platino durante toda mi vida. Yo también he nacido en Arizona. Sin embargo, lo único que tengo es mi reputación, y si alguien me relaciona con los fraudes, no tendré posibilidad de conseguir un ascenso. Le voy a decir lo que vamos a hacer. No voy a cobrarle como han hecho los demás. Voy a trabajar gratis para usted hasta que encuentre dónde está el error. En ese momento, le enviaré una factura cobrándole 60 dólares por hora de trabajo. Si le hago pagar desde el principio, tendré que hacer informes y firmarlos, y no me gustaría hacerlo hasta que comprenda cuál es el problema».
[25:25] Dos años más tarde, este doctor en física me dijo: «David, puedo asegurar sin temor a equivocarme que no es ninguno de los elementos de la tabla periódica. A lo largo de mi vida profesional los he separado todos, los del grupo de las tierras raras, los del grupo de los actínidos, y también los fabricados por el hombre. He trabajado con niobio, estroncio, titanio y los demás materiales electrónicos. He realizado numerosos estudios para diferentes compañías, pero hay cuatro elementos con los que nunca he trabajado, y están entre los seis que me has traído. Cuando realizo la separación de tu muestra, los resultados indican que hay de 4 a 6 onzas por tonelada de paladio, de 12 a 14 onzas de platino, 150 onzas de osmio, 250 onzas de rutenio, 800 onzas de iridio y 1.200 onzas de rodio». Al comparar estos datos, nos dimos cuenta de que habían 1.200 onzas por tonelada de un elemento y de 4 a 6 onzas de otro. Aunque estas cifras son muy divergentes, coinciden con las que obtuvimos con el análisis espectroscópico. Entonces, el doctor en física separó el rodio puro de una solución de cloruro de rodio de color rojo sangre. Como aquellos que entendéis algo de química sabréis, no hay muchos elementos cuyos cloruros tengan este color. Cuando hizo la neutralización por hidróxido, obtuvo un precipitado en forma de hidróxido. Después, lo filtró, lo dejó secar y lo introdujo en un horno de tubo donde tenía control atmosférico. A continuación, lo oxidó a 800 grados centígrados, que es la temperatura del rojo, lo redujo por hidrógeno, y de este modo obtuvo un polvo gris.
Entonces, lo oxidó de nuevo y obtuvo un óxido de color entre rojo y marrón, que es el color del bióxido de rodio. Luego, lo enfrió y puso un tercio de la muestra en un frasco sellado. A continuación, introdujo el resto en un horno de tubo, lo oxidó de nuevo y lo redujo por hidrógeno. Después, enfrió la muestra, la sacó del horno de tubo y colocó la mitad en otro frasco sellado. Finalmente, introdujo de nuevo el tercio restante en el horno de tubo y lo recoció a 1.400 grados centígrados, y se convirtió en un polvo blanco como la nieve.
Por lo tanto, teníamos tres muestras: un bióxido de color entre rojo y marrón, el mismo bióxido reducido por hidrógeno y una sustancia recocida en atmósfera de gas inerte. La primera muestra debía ser un óxido, la segunda, el elemento propiamente dicho, y la tercera, en realidad no lo sé, pero se supone que debía ser el mismo elemento. Cuando enviamos las tres muestras a Pacific Spectrachem en California, una de las compañías con más experiencia de ese estado, dijeron que el bióxido de color entre rojo y marrón era hierro. Solo con ver su color podíamos adivinar lo que era. En la muestra reducida por hidrógeno, el hierro había desaparecido y se había convertido en sílice y aluminio. Y la tercera muestra, que debía ser sílice y aluminio simplemente recocido en argón, se había convertido en sílice y calcio, no había aluminio.
Entonces, el doctor en física me dijo: «David, en todos los años en que he trabajado con Pacific Spectrachem, nunca he tenido ningún problema con ellos, hasta que te conocí. Aunque sé que esto es rodio puro, ninguno de los análisis espectroscópicos pueden detectarlo». El hierro puede formar un cloruro de color entre rojo y marrón, pero el sílice, el aluminio y el calcio no forman sales de ningún color. No obstante, al disolver por fusión y ácido clorhídrico la muestra que ellos aseguraban que era sílice y calcio, obteníamos de nuevo el cloruro de color entre rojo y marrón. ¿De dónde había salido? Entonces, el doctor en física me dijo: «David, esto no tiene sentido. Contradice todo lo que aprendí en la universidad y en la escuela de graduados. Lo voy a enviar a mis profesores en el estado de Iowa». Así pues, disolvimos las soluciones de cloruro de color entre rojo y marrón en ácido clorhídrico. Evaporamos las sales, que ahora eran de cloruro rojo, y las enviamos a la Universidad de Iowa con la pregunta: «¿Qué metal está presente en esta sal?».
La respuesta que recibimos de la Universidad de Iowa fue: «Hay cloro». Bueno, el cloro es un gas. De acuerdo, hay cloro, pero ¿con qué reacciona el cloro para formar este material cristalino? Y ellos contestaron de nuevo: «Hay cloro». Y volvimos a preguntar: «Sí, pero, ¿con qué metal está combinado el cloro?». No lo sabían.
[30:45] Así pues, decidimos utilizar métodos más sofisticados. Puesto que al hacer la espectroscopia estos elementos comenzaban a hervir a los setenta segundos, volvimos a calentar una muestra y nos detuvimos al llegar a sesenta y ocho segundos. Por lo tanto, ahora solo debían permanecer estos elementos, junto con el carbono y el electrodo. Sacamos la perla de metal con un pequeño cuchillo y la enviamos a Harwell Laboratories en Londres, los laboratorios del gobierno británico, para que hicieran un análisis de activación neutrónica.
Esta clase de análisis no consiste en estudiar el estado de los orbitales de los electrones, sino el núcleo de los átomos del elemento. Los resultados llegaron: «No se han detectado metales preciosos». Apareció en los análisis algo de carbono, pero ningún metal precioso. Sin lugar a dudas, esto ya era demasiado. Disponía de todos los medios materiales y humanos que el dinero podía comprar. Había contratado a un doctor en física y químico analista que había trabajado durante nueve años y medio, que podía separar físicamente cualquier elemento conocido por el hombre y que, sin embargo, lo único que podía decirme era: «David, esto es imposible, no puedo entenderlo».
Finalmente, pedimos a Johnson Matthey metales estándar de paladio, platino, rutenio, rodio, iridio y osmio, y averiguamos cómo hacerlos desaparecer. Podíamos coger cloruro de rodio puro, analizarlo y comprobar que era rodio, y hacer que desapareciese de los instrumentos de análisis mediante un proceso de evaporación repetida con sal. Todavía era una solución de cloruro de color rojo sangre que podía someterse a procesos químicos, pero al analizarlo, no aparecía el rodio. No obstante, era rodio estándar puro.
Lo hacíamos desaparecer gracias a un proceso de desagregación. Entonces, separamos los metales estándar puros y los llevamos a General Electric, una de las grandes compañías en empleo de instrumentos y alta tecnología, que estaba fabricando lo que ellos denominan pilas de combustión utilizando rodio e iridio. En particular, el rodio es muy importante en esta tecnología. Lo utilizan como electrolito de polímero sólido porque no se empobrece al contacto con el monóxido de carbono. Así pues, durante la eliminación del hidrógeno de los combustibles hidrocarburos que los tejanos tanto conocéis, se obtiene monóxido de carbono y bióxido de carbono, que empobrecen el platino, y este deja de funcionar al cabo de un par de semanas. Sin embargo, el rodio no se empobrece al contacto con el monóxido de carbono y, en consecuencia, no es necesario disponer de hidrógeno puro, sino que se pueden utilizar combustibles hidrocarburos.
Cuando llegué a General Electric, hablé con siete personas, que me presentaron al químico catalítico con mayor experiencia, Tony LaConti. Este me dijo: «David, sabemos que los estándars comerciales de Johnson Matthey aparecen con nitidez en los análisis, pero cuando los desagregamos mediante un proceso de fusión en partículas más pequeñas, no lo hacen de manera tan clara». Entonces, me sugirió: «David, no me importa si tu sustancia aparece o no en los análisis. Tu historial es tan bueno como el de cualquier otro cliente. Envíanos una muestra, la colocaremos en nuestras pilas de combustión, y si funciona de la manera en que se supone que debe hacerlo, ¿a quién le importa cómo la llames?». Esta persona debía haber sido granjero, tenía una forma lógica de pensar (risas del público).
Así pues, nos pidió que separáramos el equivalente en miligramos a unas tres onzas de rodio, y cuando lo conseguimos al cabo de cuatro o cinco meses, John, el doctor en física, quiso refinarlo de nuevo. Cuando por fin lo tuvimos preparado, General Electric había vendido su tecnología de pilas de combustión a United Technologies, que había diseñado otra clase de pilas de combustión. Querían la tecnología del polímero sólido de General Electric para sus sistemas de ventilación para submarinos. Entonces, los empleados de General Electric se fueron a trabajar para United Technologies durante seis meses. Después, José Giner, el encargado del departamento de pilas de combustión de United Technologies, formó su propia empresa en Waltham, Massachusetts [Giner Inc., 14 Spring Street, Waltham Ma., 02154-4413], y la mayoría de los empleados procedentes de General Electric se fueron con él. Por lo tanto, cuando teníamos preparada sustancia para hacer los ensayos, los empleados ya no estaban en General Electric, sino en Waltham, Massachusetts, así que contratamos a esta compañía para que hiciera los ensayos con las pilas de combustión.
Habíamos analizado nuestra sustancia antes de enviársela a Giner, y el rodio no contenía rodio ni el iridio contenía iridio. Sin embargo, cuando la montaron en carbono y la colocaron en las pilas de combustión, comprobaron que era un catalítico extractor de hidrógeno y que era estable con respecto al monóxido de carbono. ¿De acuerdo? Realizaba la misma función que una onza de rodio que en aquel momento costaba unos 10.000 dólares, aunque creo que ahora el precio ha descendido unos 1.000 dólares. Por lo tanto, pusieron en marcha las pilas de combustión durante tres semanas en período de prueba, y cuando las desmontaron y analizaron el carbono, descubrieron que había aparecido misteriosamente un 6% de rodio en los electrodos.
[36:47] Entonces, me dijeron: «David, que nosotros sepamos, nadie conoce la existencia del rodio en este estado. Por lo tanto, si eres capaz de describir su proceso de fabricación a partir de un material comercial conocido, puedes patentarlo». Así pues, visité a sus abogados especializados en patentes en Washington, D.C., y en 1988 solicité patentes en Estados Unidos y otros países de once elementos en su estado monoatómico orbitalmente reordenado. Este nombre se nos ocurrió un día cuando viajábamos en avión: elementos monoatómicos orbitalmente reordenados. Hasta ese momento habíamos descubierto que la química de la sustancia había cambiado, que era completamente inerte y que no actuaba como un metal, que no tenía ningún electrón de valencia disponible para realizar enlaces químicos y que había cambiado la configuración de su núcleo. Todavía no lo entendíamos por completo, pero estábamos seguros de todo esto.
A continuación, envié la sustancia al departamento de patentes de los Estados Unidos y rellené otras once patentes sobre unos fenómenos muy interesantes. Si coges un gramo de oro, rodio o iridio y los transformas mediante un proceso de desagregación en su forma monoatómica, el último producto que obtienes antes de convertirlos en un elemento monoatómico puro es aururo de hidrógeno, rodiuro de hidrógeno o iridiuro de hidrógeno. Como algunos de vosotros sabréis, este es un estado menos uno, lo cual significa que el hidrógeno posee una carga eléctrica positiva mayor que estos elementos. Por lo tanto, no se trata de hidruro de oro, sino de aururo de hidrógeno. Si tenéis curiosidad, podéis encontrarlo en los manuales de química. Entonces, cuando recocemos estas sustancias y extraemos un protón, adquieren un color blanco como la nieve. Todos estos elementos en su forma monoatómica pura tienen este color. Su aspecto es parecido al de la harina que utilizan las mujeres para cocinar, no parecen metales. El aururo de hidrógeno es de color gris, pero el material deshidrogenado es de color blanco como la nieve. Es muy mullido y tiene una densidad de dos y medio, mientras que la densidad del metal es de diecinueve. ¿De acuerdo?
Esto no es en absoluto como debería ser, pero es así. Lo más increíble de esta sustancia es que resulta muy difícil de pesar. Tomamos su peso una y otra vez para poder indicarlo en la solicitud de la patente, puesto que en este departamento son muy meticulosos, pero no obteníamos resultados concluyentes. Cada vez pesaba más y no conseguíamos averiguar su verdadero peso.
Entonces, adquirimos una máquina llamada análisis termogravimétrico. ¿Cuántos de vosotros sabéis lo que es un análisis termogravimétrico? Solo algunas personas al fondo de la sala. Se trata de una máquina que tiene una microbalanza con la que se puede pesar la muestra en una atmósfera controlada, de manera que la puedes calentar y pesar al mismo tiempo. Normalmente se utiliza para oxidar metales y comprobar el aumento del peso del óxido, la reducción de hidrógeno y la pérdida de óxido. También se puede comprobar la disminución del peso de los metales cuando fallan por calentamiento. Por lo tanto, pensé que íbamos a poder controlar esta sustancia, sin interferencias como la absorción de gases de la atmósfera.
[40:54] Después de nueve o diez meses de análisis por ordenador, día y noche, semana tras semana, mes tras mes, descubrimos que cuando la sustancia adquiere el color blanco como la nieve, solo conserva el 56% de su peso inicial. Esto es realmente preocupante. Entonces, nos preguntamos: «¿Dónde se ha ido la masa? ¿Por qué no se puede pesar?». Después de recocer la sustancia una y otra vez, podía pesar menos que el recipiente en el que se encontraba, lo cual es menos que nada, o trescientas o cuatrocientas veces su peso inicial, dependiendo de que la calentáramos o la enfriáramos. La máquina se puede revisar con materiales magnéticos estándar que, según la temperatura a la que sean sometidos, ganan o pierden magnetismo. De este modo, se puede comprobar si la bobina de calefacción emite algún campo magnético que pueda afectar al peso de la muestra. Aunque hicimos las pruebas y no pudimos encontrar ninguna avería en la máquina, cuando colocas esta sustancia y la conviertes en polvo blanco, solo conserva el 56% de su peso inicial.
No obstante, si colocas este polvo blanco sobre un trozo de cuarzo y calientas ambos hasta que se fundan, el polvo adquiere un color negro y recupera su peso. Esto no tiene sentido, es imposible que ocurra, pero es así.
Por lo tanto, decidimos averiguar por qué cambiaba el peso de la sustancia. Fuimos a Varian Corporation [Varian Associates Inc., 3050 Hansen Way, Palo Alto, CA, 94304 (415) 493-4000] que está en Stanford, les enseñamos los resultados de los análisis, y dijeron: «Sr. Hudson, si estas muestras estuvieran a una temperatura más baja, diríamos que es un superconductor». Un superconductor es un material que responde a campos magnéticos muy pequeños. Aunque la bobina de calefacción de la máquina de análisis termogravimétrico es bifilar, es decir, que la electricidad circula en una dirección a través de un cable y vuelve en dirección contraria por otro, los campos magnéticos que se generan no se cancelan por completo. Siempre queda un pequeño campo magnético residual porque los cables no están uno encima del otro, sino que son paralelos. Este campo magnético no es lo bastante intenso para afectar a un imán normal, pero sí a un superconductor. En realidad, un superconductor puede responder a un campo magnético de 2 elevado a la menos 15 ergios. Entonces, les pregunté: «¿Qué es un ergio?». Y me contestaron que hay 10 elevado a la 18 ergios en un gausio. El campo magnético de la Tierra, con el que se alinean las brújulas, es 0.7 gausios. Por lo tanto, es de casi un gausio, y hay 10 veces, 10 veces, 10 veces, 10 veces, 10 veces… 18 veces ergios en un gausio. Y un superconductor puede responder a un campo magnético 2 veces elevado a la menos 15 ergios, o 0.00000000…, 15 veces, con 2 ergios. [nota del mecanógrafo: 0.000000000000002].
[44:40] En algunas revistas científicas se pueden ver fotografías del cerebro con diferentes partes iluminadas cuando una persona come algo agrio o dulce. ¿Cómo se pueden detectar estos patrones de pensamiento en el cerebro? Gracias a los superconductores, que pueden reconocer cualquier alteración en un campo magnético. Son extraordinariamente sensibles. Por lo tanto, si la sustancia que estábamos estudiando era un superconductor, incluso un pequeño campo magnético producido por una bobina de calefacción podía causar que levitara o se hundiera. Puesto que un superconductor no rompe las líneas de un campo magnético, se resiste a moverse dentro de él y, en consecuencia, levita y no se puede pesar. Cuando subíamos la balanza, la sustancia pesaba más, y cuando la bajábamos, pesaba menos porque flotaba por encima del campo magnético. Si se manipula de este modo un superconductor, los resultados de los análisis no tienen ningún valor.
Cuando comencé a investigar sobre este tema, leí en un libro que en Europa se ha descubierto que la temperatura de los átomos de los metales es de alrededor de los 350 grados Kelvin, dependiendo del metal. A medida que se desagregan los racimos de átomos de los metales y son más pequeños, la temperatura de los átomos disminuye. La temperatura de un racimo de tres átomos es de unos 23 grados Kelvin, la de un racimo de dos átomos es de unos 12 grados Kelvin, y la de un átomo todavía no la conocen, pero en teoría debe ser de unos 2 o 3 grados Kelvin. Así pues, la temperatura interna de un solo átomo es de casi el cero absoluto. Esta temperatura no está relacionada con la del entorno en que se encuentra el metal. Lo que estábamos haciendo era calentar y enfriar un sistema monoatómico, el cual emitía energía. Habíamos programado la máquina para que analizara la sustancia con un termómetro diferencial y descubrimos que esta emitía más calor del que aportábamos al calentarla.
Estos datos también los tenemos en un gráfico. En realidad, al calentar la sustancia estábamos enfriando los átomos porque su temperatura interna no está relacionada con la externa. El único modo en que un elemento puede retener energía es por medio de enlaces químicos o cristalinos, y ninguno de ellos es posible en un sistema monoatómico. Por lo tanto, solicitamos once nuevas patentes, esta vez sobre el estado superconductor de los elementos monoatómicos en estado de alto espín. Encontramos documentos publicados en 1989, 1990 y 1991, en los que el Niels Bohr Institute, el Argon National Laboratories y el Oak Ridge National Laboratories confirman la existencia de los elementos que había patentado en estado de alto espín, en su forma monoatómica. Estos elementos no adquieren el estado de alto espín ni siquiera en su forma diatómica, solo en su forma monoatómica. El término que se utiliza en la comunidad científica para definir este fenómeno es núcleo deformado asimétricamente y en estado de alto espín. Se han publicado ensayos sobre los elementos cuyos núcleos de los átomos están deformados asimétricamente y en estado de alto espín, y se ha descubierto que en teoría deben ser superconductores. Esto es debido a que los átomos en estado de alto espín pueden transmitirse energía sin que ninguna parte de esta se pierda. ¿De acuerdo?
[48:32] Mañana, en el taller, os enseñaré los documentos publicados hasta ahora, entre los que se encuentran los artículos de la Scientific American y otros ensayos sobre estos elementos. Podréis conocer las investigaciones del Niels Bohr Laboratories, Argon National Laboratories, Oak Ridge National Laboratories sobre cada uno de los elementos y sus núcleos deformados asimétricamente y en estado de alto espín, que demuestran que son estables en este estado y que no son isótopos radioactivos. Sin embargo, este estado solo se produce en forma monoatómica. Cuando los elementos están en este estado, no quieren volver a ser metales, sus átomos se rechazan entre sí. No pueden convertirse en metales hasta que el espín del núcleo de sus átomos regrese a su estado normal.
Como veréis, aunque no era más que un sucio granjero, había tenido que aprender física, química y superconductividad. Y entonces, para terminar de complicarme la vida, mi tío me enseñó un libro y me dijo: «David, lee este libro, pienso que te gustará». Se titulaba Los secretos del alquimista y formaba parte de la serie Time-Life, y yo le contesté: «¿De qué me estás hablando, Caleb? Yo no necesito leer este libro, trata sobre la alquimia y lo oculto». Pero él insistió: «David, tienes que leer este libro. Habla sobre un polvo blanco de oro». ¡Oh…!
Así pues, comencé a leer el libro. En él se afirma que la piedra filosofal es un polvo blanco de oro que contiene la luz de la vida.
Por lo tanto, cogimos varios cerebros de terneros y cerdos, e hicimos una destrucción del material orgánico y un análisis de metales, y descubrimos que más del 5% del peso sobre materia seca de los cerebros de los terneros y cerdos eran rodio e iridio en estado de alto espín. Y nadie en el campo de la medicina conoce esto.
Mañana os enseñaré los documentos en los que la U.S. Naval Research Facility confirma que la superconductividad es el vehículo de comunicación entre las células de nuestro cuerpo, aunque no sepan de dónde procede. Es como si hubiera un átomo escondido y nadie supiera dónde está (risas del público). Nadie puede detectarlo, al igual que los elementos que he descubierto.
Si la piedra filosofal era el polvo blanco de oro, tenía que averiguar si funcionaba. ¿En realidad poseía las propiedades que se le atribuyen? Se dice que no solo cura todas las enfermedades conocidas por el hombre, sino que también puede cambiar nuestra naturaleza y convertirnos en personas diferentes.
Así pues, ¿nos tomamos un descanso? De este modo, podremos estirar las piernas y creo que nuestra anfitriona tiene disponible todo tipo de información. Y después entraremos en la parte filosófica, lo que es en realidad, qué papel desempeña en nuestra vida y cómo podemos utilizarlo. ¿De acuerdo?
(el público se toma un descanso – después, la conferencia continúa)
Segunda parte de la conferencia
ORMUS – Preguntas más frecuentes
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